domingo, 15 de enero de 2012

maquina del tiempo 2


Moody´s había anunciado una revisión a la baja de la Entidad Financiera por su fuerte exposición al ladrillo, como se decía en los mentideros financieros. El Banco Sotillo se había montado en la ola del crecimiento inmobiliario participando con fruición en cuanto megaproyecto relacionado con suelos, casas, naves y cualquier tipo de inmueble  se le presentaba. Ahora estaba pagando las consecuencias de un crecimiento desordenado basado en inversiones en un único sector.
Manuel recordaba esos días que sus mejores clientes eran promotores  que, en algún caso, habían crecido gracias a arriesgadas inversiones basadas en la pura intuición. Así pequeños constructores se habían acostado albañiles y se habían levantado expertos  promotores inmobiliarios, prácticamente,  sin transición. En esos años, el crecimiento español se nutría del maná de los fondos de cohesión y fondos estructurales surgidos de nuestra adhesión a la Unión Europea. Los miles de millones de euros que llegaban desde Bruselas servían para un roto y para un descosido. Los  terrenos donde pasaba una autovía o el tren de Alta Velocidad pasaban de ser puros eriales a ser cotizados como cualquier solar del Paseo de la Castellana.  Se financiaron proyectos absurdos. En lugares de la costa, se financió terreno para proyectos inmobiliarios que implicaban multiplicar por diez y por veinte la población de dichos pueblos. Las Comunidades y especialmente los Ayuntamientos comprendieron pronto el chollo que representaba tener en su mano la decisión de calificación de los suelos. La comunidad desarrollaba planes generales urbanísticos y luego el ayuntamiento definía, a través de los planes parciales, dónde  y qué se puede construir. Ello  permitía a los Alcaldes una mayor recaudación de fondos por la enajenación de suelo municipal. No sólo eso, el patrimonio de muchos ediles creció a pasos agigantados con los dineros que muchos promotores sin escrúpulos introducían con absoluta tranquilidad en sus bolsillos.  El sector de la construcción pasaba a ser casi el único motor de crecimiento de la economía. En solo diez años generó más de cinco millones de nuevos empleos  de muy baja cualificación.  Los jóvenes, al calor de las ofertas de empleo y de los salarios  en el sector, preferían la paleta al libro.
Este maná atrajo miles de inmigrantes que fueron finalmente varios millones. Subsaharianos, magrebíes y sudamericanos entraban de cualquier manera en el país y formaban parte de las cuadrillas de obreros,  de la hostelería o se colocaban trabajos que los españoles no querían desarrollar. Las mujeres inmigrantes conformaban el grueso de plantilla de empresas de  limpieza y empleadas de hogar.  Eso se aprovechó por muchos empresarios para reducir sensiblemente sus costes salariales al tener mano de obra barata que desconocía todo tipo de derechos. Aún así, todos ellos cobraban cinco o seis veces más que en su país origen, llegando a convertirse en la principal fuente de divisas en varios  países de Centro América. No importaba nada el dinero era fresco y abundante.
El fuerte incremento de la población alimentó aún más la fuerte especulación sobre el sector de la construcción. La demanda de vivienda creció. Crecieron las agencias inmobiliarias. Los Directores de Oficinas Bancarias en lugar de gestionar la captación de clientes se conchabeaban con estos vendedores de pisos. Tú me traes clientes yo te pago comisión por cada operación de hipoteca que hagamos. Era la máxima comercial de aquellos años. Los bancos se imponían presupuestos de crecimientos anuales espectaculares, basados en exclusividad en hipotecas. Donde había una promoción de viviendas se abría una oficina bancaria. Llegó un momento en los que había nuevos barrios donde la mayoría de los locales estaban ocupados por Entidades financieras. Más bancos que bares.
La economía española era la envidia de Europa, con tasas de crecimiento que duplicaban la media europea. El paro se redujo a mínimos. Así, los inversores internacionales pusieron sus ojos en España y le ofrecían dinero abundante a  precios irrisorios. Esto alimentó aún más la llama de la especulación. Se emitían bonos basados en hipotecas. Estos bonos se ponían a la venta en Londres y con el dinero fresco se volvían a hacer más hipotecas.
Manuel recordaba el caso de una emisión de bonos de Mil Millones de Euros de la que, en el Banco Sotillo,  tenían dudas para su colocación en el mercado. Fueron a explicar la emisión a un conjunto de inversores en las Oficinas de  Wellappearances@Hardface , uno de los principales despachos de colocación de deuda del mundo ubicado en una de las torres de Canary Wharf, en Londres. Habían preparado  con detalle los datos del Banco, potenciando la capacidad de generar beneficios, lo saneado de su cartera crediticia y la fuerte expansión realizada. Entraron nerviosos a una antesala, decorada con maderas nobles y una hermosa alfombra persa,  donde se efectúan las presentaciones antes de pasar al lugar de exposición. En esa misma sala, tras la exposición, la firma acostumbraba a invitar a los asistentes a un aperitivo,  en el que se compartían delicias preparadas por los más afamados restaurantes londinenses. El Boisdale o el Roast eran los preferidos.
En la primera presentación el representante de la gestora  Wonder Inc. Lted., que manejaba los fondos de un importante grupo de millonarios judíos americanos,  les solicitó sin cortarse ni un pelo quedarse con los mil millones de emisión. Se quedaron pasamados y  observaron con perplejidad  que no hizo falta presentar al Banco Sotillo ante la comunidad internacional, ni sus balances, ni su capacidad de ganar dinero y  ni sus niveles de solvencia.                                                                                                                                    
En cinco minutos, en una antesala, pasaron del nerviosismo a la euforia. Y, sin necesidad de hacer presentación alguna,  empezaron a brindar con el  Don Perignon preparado para después.

martes, 10 de enero de 2012

Maquina del tiempo

Manuel Rodriguez Zoela Centeno, desde la atalaya de su puesto en la Dirección General Comercial del Banco Sotillo, se encontraba inquieto ante el informe confidencial que le acababan de pasar desde el Área de Tesorería. Arturo Senen, Diretor Financiero del Banco, exponía con claridad que la ausencia de liquidez en los mercados internacionales era absoluta. También trasladaba la fuerte desconfianza que la revisión de rating del Banco estaba provocando entre los principales gestores de fondos que, hasta hace no mucho, compraban sus emisiones de deuda con avidez.

Moody's, Standard&Poor's, Fitch se erigían como los nuevos valedores de la economía mundial. Habían colaborado en el inicio de la actual crisis financiera, al otorgar credibilidad mediante la máxima calificación posible, a los bonos emitidos por los bancos americanos que tenían como subyacente hipotecas de muy dudosa viabilidad, las llamadas hipotecas basura. Hipotecas otorgadas a personas sin ingresos y sin bienes que en la jerga financiera se denominaban ninja(no income no job or assets). Los bancos americanos nadaban en un mar de liquidez que propiciaba esta alegría crediticia. Mar de liquidez que se alimentaba de la lluvia de dólares que la Reserva Federal Americana, dirigida por el entonces idolatrado Alan Greespan, vertía de manera incesante. Hasta que se descubrió que la economía tenía un soporte muy débil. Los activos estaban absolutamente inflados. La burbuja inmobiliaria estalló y uno de los bancos más prestigiosos y con más solera del mundo, Lehman Brother,se fue a pique con una quiebra que haría tambalearse la economía de todo el mundo occidental. La globalización era un hecho.

martes, 3 de enero de 2012

Dolores se fue apagando despacio, como la fina lluvia de otoño al llegar el invierno. Su cerebro se agotó en pasiones imaginadas, en deseos incumplidos, en noches desveladas y en silencios eternos. No escuchaba a nadie, su mirada ausente y perdida se quedaba fija en el infinito, mirando sin ver.
Paula, su prima más preciada, no la dejaba sola ni un instante. Todas las mañanas bajaba desde el Barrio de la Plaza hasta la casa de la madre de Dolores, en el Barrio Bajo, para pasar horas muertas con su prima, rememorando todos los momentos que habían pasado juntas, tratando de despertar en Dolores una brizna de lucidez.
 Paula tenía, a sus veinte años, un espíritu de niña grande. Sus ojos almendrados ofrecían una mirada siempre alegre. No era hermosa, como Dolores, pero al sonreír mostraba unos hoyuelos en las mejillas que agraciaban su rostro, haciéndola atractiva. Su alegría contagiaba al que se acercaba a ella. Si había alguien en el pueblo que pudiera sacar de su mutismo a Dolores era Paula.
La belleza de Dolores llegó a ser mítica en la zona. Su mirada hipnotizaba a los hombres y era deseada por todos aquellos que la veían. Provocó peleas entre pretendientes y se cruzaron cuchilladas pronunciando su nombre. 
Dionisio, hijo de una de las pocas fortunas del pueblo,  presumía de ser el único conquistador que tuvo Dolores.
Lucía un bigotito de señorito de ciudad, que se trajo después de unos años en Madrid donde estudió letras.
En un lugar donde la gente cubría su cabeza con boina negra de lana, vestía con pantalones de viejo tergal y fumaba picadura liada que encendía con yesca, Dionisio lucía sombrero Borsalino, vestía con traje holgado con corbata de rayón a la moda americana, y gastaba cigarrillos con filtro que encendía con un Zippo plateado regalo de su tía por aprobar el bachiller. 
Logró que su padre le comprara una casa en La Puebla, en la parte alta, cerca del Castillo e instaló allí un pequeño despacho, donde gastar y justificar algo el tiempo dedicado a los estudios. No tenía ningún interés en desarrollar su ganado don, a base de prevendas paternas y conchabeos familiares en Madrid, más que aprovechar las rentas que el capital de la familia le proporcionaba. 
Era de los pocos que tenía coche y, de vez en cuando, se hacía un viaje hasta la capital, en un Dodge negro que Cecilio, criado, palafrenero y compañero de juergas zamoranas, abrillantaba con fruición.
Paula estaba enamorada secretamente de Dionisio desde los doce o trece años.
Nunca se lo quiso confesar a su prima creyendo que esta profesaba por el dandi su misma pasión. Por eso no le perdonó nunca su desaire con el carrilano gallego de ojos de gato. Aún así, en el  agonizante declive de Dolores, fue junto con la vieja Teresa su madre, el único sostén que esta tuvo y con el que pudo resistir el embarazo. 

lunes, 2 de enero de 2012

El color de las hojas secas

El Manuel era hijo de un carrilano gallego, que hacía tientos donjuanescos por la zona gracias a su porte mozarrón y una desenvoltura de cierto aire de caballero, no exenta de un toque pícaro, que hacía estragos entre las mujeres.

Con su mirada de gato logró que Dolores se enamorara perdidamente de él en una tarde de baile en Requejo,  en las fiestas de San Lorenzo, donde fue acompañada de sus primas deseosas de compartir, con los operarios del ferrocarril, risas y algún beso furtivo.

Requejo aportaba al ferrocarril numerosos obreros que dejaron sus vidas en la vía, al punto que llegó a ser llamado el pueblo de las viudas. Hasta allí, en los días de fiestas, bajaban cientos de obreros de la vía a compartir cigarrillos, gaita y tambor, mientras saboreaban un mal vino compartido con pan y escabeche. En las fiestas de San Lorenzo, el pueblo se llenaba de mozos y mozas de pueblos de la zona.

Despertó en ella una locura febril que no lograba apartar de su mente. Soñaba con él a cada instante. En su segundo encuentro se entregó sin pudor,  con una inocencia infantil que el gallego, experto en artes amatorias, saboreó con fruición.

Igual que apareció en su vida, desapareció. No volvió a verle pese a sus paseos, diarios e incesantes, hasta la vía. Encontrarle entre los más de cinco mil obreros que operaban la vía entre Zamora y Vigo se hizo tarea imposible. Preguntaba a todos y cada uno que quería escucharla. Algunos, con pena, le decían que le olvidara. La ansiedad y el deseo se transformó en locura. Llego un momento en que olvidó no solo el nombre de su ocasional amante, sino que se escaparon, por las rendijas que se habían abierto en su mente, las ganas de comer y de vivir.

domingo, 1 de enero de 2012

El color de las hojas secas

Aquel día que se rompió el cielo inundando las calles del pueblo con perlas de cristal, fue cuando la abuela, con su manto negro, le dijo que le faltaban dos noches para morir. Aquel día Manuel, con catorce años, tuvo la certeza de que su abuela no le contaba un cuento de viejos molinos o de lobos hambrientos buscando el ganado. Aquel día supo que el destino se teje con hilo frágil y que el frío puede sentirse incluso con la canícula mas adversa de agosto. Aquel día se quedaron sin alas las mariposas de colores que revoloteaban en sus sueños.
Manuel, nació huérfano de madre y nunca supo del hombre que, en una tarde de pasión y desenfrenado amor, forjó los cimientos de su existencia. Su madre y su padre fue su abuela quien, en los primeros días, lo amamantó robando de las ubres de una oveja recién parida el alimento para su nuevo vástago. Creció al amor de la lumbre de un viejo hogar que presidía la cocina, pintada de humo, ennegrecida y ajada, donde colgaban despojos de la matanza. Un viejo escaño, a un lado de la chimenea, era el único acomodo de aquella cocina. Fue cuna y después cama de Manuel en muchos días en los que el invierno se apoderaba de las calles y el frío se colaba entre las piedras de las casas. Aquel escaño, al abrigo de la lumbre, fue su cobijo muchas tardes, mientras la abuela se movía inquieta por la cocina, siempre acompañada por una orquesta de agua cociendo patatas recién peladas.
Manuel se levantó aquella mañana y sintió que se había parado el mundo. El aire, sin brisa, se ofrecía denso y turbio, costaba respirar. Había sido una noche de sueños inquietos, lleno de angustiosos malos presagios. En la chimenea, quedaban los rescoldos de la noche anterior, ennegrecidos, muriendo con parsimoniosa quietud.

En una esquina del escaño, la abuela, encogida, con los brazos abrazando su menudo cuerpo, cumplía la profecía que dos días antes le había contado a Manuel. Había muerto, sin contar con nadie,  con el mismo silencio con el que mantuvo su vida. Las hojas verdes de los robles y chopos, caían como copos de nieve. Al instante, al tocar la tierra, tornaban en una amalgama de colores, ocres, rojos y amarillos que daban algo de luz al brumoso amanecer. En la calle, el cielo no terminaba de clarear, manteniendo el mismo color de luto que embargaba el corazón de Manuel, quien supo, en ese momento, el sabor que tiene la amarga esencia de la soledad.