lunes, 2 de enero de 2012

El color de las hojas secas

El Manuel era hijo de un carrilano gallego, que hacía tientos donjuanescos por la zona gracias a su porte mozarrón y una desenvoltura de cierto aire de caballero, no exenta de un toque pícaro, que hacía estragos entre las mujeres.

Con su mirada de gato logró que Dolores se enamorara perdidamente de él en una tarde de baile en Requejo,  en las fiestas de San Lorenzo, donde fue acompañada de sus primas deseosas de compartir, con los operarios del ferrocarril, risas y algún beso furtivo.

Requejo aportaba al ferrocarril numerosos obreros que dejaron sus vidas en la vía, al punto que llegó a ser llamado el pueblo de las viudas. Hasta allí, en los días de fiestas, bajaban cientos de obreros de la vía a compartir cigarrillos, gaita y tambor, mientras saboreaban un mal vino compartido con pan y escabeche. En las fiestas de San Lorenzo, el pueblo se llenaba de mozos y mozas de pueblos de la zona.

Despertó en ella una locura febril que no lograba apartar de su mente. Soñaba con él a cada instante. En su segundo encuentro se entregó sin pudor,  con una inocencia infantil que el gallego, experto en artes amatorias, saboreó con fruición.

Igual que apareció en su vida, desapareció. No volvió a verle pese a sus paseos, diarios e incesantes, hasta la vía. Encontrarle entre los más de cinco mil obreros que operaban la vía entre Zamora y Vigo se hizo tarea imposible. Preguntaba a todos y cada uno que quería escucharla. Algunos, con pena, le decían que le olvidara. La ansiedad y el deseo se transformó en locura. Llego un momento en que olvidó no solo el nombre de su ocasional amante, sino que se escaparon, por las rendijas que se habían abierto en su mente, las ganas de comer y de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario